Ayacucho, cóctel de colores

Ayacucho, fue una de las ciudades del Perú que sufrió mucho por la insanía del terrorismo en la década del 80, hasta casi apagar el espíritu de su pueblo; lugar en que casi toda familia perdió un ser querido.

Acostumbro a viajar mucho por el Perú, pero el cielo de Ayacucho no tiene semejante, ni por color, ni por los paisajes celestiales de sus peculiares nubes.

Luego de algunos años retorno a esta ciudad, y encontré un pueblo lleno de vida, en donde su gente ha logrado reencontrase con sus tradiciones, y con un ritmo de vida pujante.

Caminar por sus calles, para alguien que vive en una ciudad cosmopolita, es retroceder en el tiempo, tomar contacto con costumbres auténticas, y sentir que ellos han logrado cruzar un puente, de la desesperación y tal vez sin esperanzas de futuro, para hoy estar en plena brega por un mundo mejor, que quiere ser mostrado al mundo.

Estaba en un café en la Plaza de Armas, y compartía el momento con algunos turistas extranjeros, escuchamos una banda de música que a ritmo de huaylas y huaynos, y entre gritos, cantos de alegría y bailes por la calle, se acercaba a la plaza; eran alumnos de la Facultad de Derecho de la Universidad San Cristóbal de Huamanga, que celebraban una festividad.

En el fondo me preguntaba, por estos jóvenes, futura elite intelectual de Ayacucho, que sus formas de manifestación de alegría y de juventud, no había sido alterada por la cultura occidental, y lejanos de ser esnobistas, se aferraban a las mismas costumbres de sus ancestros. Poco más tarde, el colegio San Antonio de Abad, hacía su aparición en la Plaza de Armas, rindiendo culto religioso a su santo patrono, en una procesión multitudinaria, con banda de músicos formada por niños, manifestación de gran fervor religioso, para luego dar un gran espectáculo de fuegos artificiales.

Luego de estos eventos, pregunté a los turistas extranjeros que me acompañaban, qué era lo que más les había gustado de Ayacucho, y todos coincidieron, "su gente auténtica", y lo que más les sorprendió, es que no habían mendigos en las calles.

Ayacucho, tiene para ofrecer a sus visitantes un gran número de celebraciones folklóricas, populares y religiosas a lo largo todo el año, lo cual le permite a uno, ser parte de estas manifestaciones, y no ser un simple espectador que tenga que pagar por el ingreso a un salón de espectáculos. 

Tuve la oportunidad de estar en el barrio de Santa Ana, también conocido como Hanan Parroquia (Pueblo de arriba), el barrio de los artesanos. Se caracteriza por sus construcciones con muros de piedra tallada y adobe con techos de tejas. Frente a su pequeña plaza se ubican las casas talleres de los artesanos, que simultáneamente son las modestas salas de exhibición de sus maravillosas obras de arte. Ver los telares de Alejandro Gallardo, o los de Edwin Sulca, es permitirse llenar el alma del espíritu y la cosmovisión andina de estos artistas, pero recibir de ellos la narración con la explicación del significado de cada uno de sus telares, de cada uno de los colores, formas y símbolos, es internarse en el alma del artista y conocer un mundo místico, de alegrías y dolores, de desesperanza y de futuro promisorio.

Esta misma sensación, del contacto personal con el artista, se dio en Quinua, afamado pueblo de artistas ceramistas, y compartir momentos con seres de almas tan profundas como don Máximo Limaco o don Walter Sánchez, entre muchos otros, ello permite acercarse a los ritmos de la vida andina ayacuchana.

La artesanía ayacuchana, convierte a la ciudad, y los pueblos que la circundan, en un enorme museo viviente, en el que se conjugan numerosas formas de expresiones artísticas, que son manifestaciones de su diario vivir, y de recuerdos ancestrales. Piezas de arte, únicas y de incalculable valor artístico podrán ser encontradas con facilidad.

Una de las cosas que me llamó la atención fue que ahora muchos artesanos crean las afamadas iglesias ayacuchanas de cerámica, con sus torres inclinadas y convexas hacia el centro, y me manifestaron que era por la decadencia de la iglesia católica con relación al pueblo, especialmente en la época terrorista.

Ayacucho, conocida también como la ciudad de las iglesias, ofrece al visitante, una interesante variedad de estilos arquitectónicos. Lamentablemente las iglesias no están abiertas al público para circuitos turísticos, y las visitas al interior de las iglesias deben ser coordinadas previamente por una agencia de viajes, o ser visitadas libremente en horarios de misas, especialmente los días domingos.

Si usted visita Ayacucho, no espere servicios de excelencia turística, pero si podrá encontrar buenos y cómodos servicios. Un sitio recomendable para cenar o tomar un café, es el nuevo Centro Cultural San Cristóbal, ubicado en la calle 28 de Julio. Podrá disfrutar de un excelente capuchino en el Café Bar New York, o una deliciosa pizza, también boutiques de artesanías, o compartir un momento con varios pintores como Mery Luz Trigos o Yeny Castillo; todo ello, en un remozado y restaurado convento, de bella arquitectura colonial. Y por la noche si quiere bailar o escuchar música acompañado de un buena cerveza peruana o un cóctel, puede ir a la discoteca Los Balcones.

Para compras de recuerdos y artesanías es recomendable también el nuevo mercado artesanal "Shosaku Nagase", que agrupa a cientos de galerías comerciales. Ubicado frente a la plazoleta e iglesia de El Arco, en el barrio del mismo nombre, a 6 manzanas de la plaza de Armas, por el Jr. 9 de Diciembre.

Al visitar Ayacucho, considere una estadía mínima de 2 días completos. El primer día para conocer la propia ciudad, sus iglesias, su gente. El segundo día para realizar el tour al importante complejo arqueológico de Wari, continuar hasta las pampas de la Quinua, escenario de la última batalla entre los patriotas peruanos y las tropas realistas españolas, que luego de ser vencidas y capituladas se logró la independencia de las colonias españolas en América; y luego la obligada visita al pueblo de Quinua.

Si dispone de más tiempo para Ayacucho, podrá conocer el complejo arqueológico incaico de Vilcashuamán, o los baños termales de Niñobamba, con excelentes propiedades curativas para la artritis o enfermedades de la piel, o simplemente para disfrutar de los maravillosos paisajes de la campiña, la gente de campo, y de una buena comida ayacuchana.

Otra de las cosas maravillosas de Ayacucho, es su clima, de mayo a noviembre, puede esperar esplendorosos días de sol y calor, y por las noches una refrescante temperatura que no llega al frío de otras ciudades andinas.

Nuestro agradecimiento al Ayacucho Plaza Hotel, que nos hospedó durante esta visita, y además de sus confortables instalaciones, cabe destacar el excelente almuerzo bufete de comida peruana servido el domingo, pero por sobre todo ello, la amabilidad y calor de su personal, como el maître, Don Víctor, o su administradora la Srta. Velba Dávila, o nuestra guía la Srta. Betsy, quien nos ilustró con sus conocimientos y nos llenó con su alegría.

Para conocer Ayacucho, lo recomendable es hacerlo en un vuelo directo desde Lima (35 minutos), con las compañías que salen muy temprano por la mañana, a fin de tener todo el día disponible. La otra alternativa, es viajar por tierra en los buses de transporte regular por la Vía de los Libertadores, que salen desde Lima en la noche y arriban en las primeras horas de la mañana (573 Km - 9 horas de viaje). Ayacucho también conecta por tierra desde Cuzco, vía Abancay (598 Km. - 20 horas), o desde Huancayo (257 Km. - 6 horas), a través de carreteras que no están en buenas condiciones.

Como homenaje al pasado y presente de Ayacucho hice una sesión de fotos en blanco y negro, de personas ancianas para luego pasar a una explosión de colores y alegría manifestado por niños de Ayacucho, las cuales le invito a ver, pero por sobre todo, sea esto solo el incentivo que le decida a viajar a Ayacucho y vivir todo esto, y respirar en sus campos la fragancia de sus molles y de sus extensos campos de tunas.

Junio 2004


 

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